Tecnología social para cambiar el mundo

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Cuando pensamos en tecnología lo primero que se nos viene a la cabeza son imágenes de máquinas blancas, sofisticadas, modernas, y autónomas haciendo tareas monumentales, o micro chips interconectados a grandes sistemas electrónicos cuyas funciones son un misterio para los simples mortales. Los últimos avances tecnológicos en las diversas áreas del conocimiento y la industria hacen que la idea de tecnología esté más cerca de la magia que de la ciencia, aunque la realidad sea más terrenal. El término tecnología proviene del griego tekhné = arte, técnica u oficio, y logos = estudio. Es decir, es el conocimiento que se tiene sobre el cómo realizar un tarea y no tiene necesariamente una relación directa con científicos de bata blanca, computadoras y sistemas complejos, sino con la manera en que hacemos las cosas.

Entonces, tomando en cuenta su etimología, ¿La tecnología es neutral y no reconoce ideologías ni culturas?, ¿Es la tecnología de las máquinas la única que existe?, ¿Qué es la tecnología social?.

Para comenzar, podemos afirmar que la tecnología, como todo ámbito del quehacer humano es una construcción socio-cultural, que contribuye a la lógica en que se reproduce y organiza la sociedad. Por ejemplo, la forma en que un artesano del área rural moldea y crea un jarrón de arcilla es muy distinta de la producción en masa de automóviles en una fábrica de cadena de montaje. Las diferencias no tienen que ver solamente con las herramientas utilizadas o los procedimientos concretos (que de hecho ya marcan grandes distinciones), sino con la percepción del tiempo, las relaciones sociales, la construcción del conocimiento técnico, los objetivos que se persiguen al producir o la organización de la actividad, entre un largo etcétera. En pocas palabras, el ser humano se define y auto-realiza en la manera que produce.

Tecnología capitalista

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En ese marco, es evidente que existen diferentes tecnologías y que todas tienen un transfondo político, cultural y económico. Tomando en cuenta el modelo imperante en el mundo, es evidente que nuestra sociedad esta moldeada en torno a una tecnología de corte capitalista. Renato Dagnino, investigador, docente universitario y autor de numerosos estudios en torno a la innovación tecnológica y la inclusión social, define a este tipo de tecnología como aquella que tiene por función primordial la generación de valor de cambio (mercancía), más allá de la generación de mejores condiciones de vida. La expansión de esta manera de producir y organizar al mundo se apoya en 4 grandes mitos o creencias. El primero es la idea de que el progreso tecnológico es siempre benefactor y podrá, en el futuro, solucionar los problemas actuales de la humanidad, incluso cuando es el propio progreso tecnológico el causante de graves problemas estructurales a nivel global (contaminación del aire, la tierra y el agua, el cambio climático, etc.).  El segundo mito es la creencia que la tecnología es limpia (un objeto liso, blanco y brillante) cuando en realidad esta sostenida por la externalización de costos, es decir, el encubrimiento y separación de los productos creados con sus consecuencias medioambientales. El tercer mito es la sostenibilidad en el tiempo de la lógica capitalista de satisfacción de necesidades vía producción y consumo de bienes.  Y el cuarto mito es la consideración que de la tecnología capitalista es potencialmente liberadora (como una promesa del porvenir) de la pobreza.

WEBANNER-El-solucionismo-digital-y-la-crisis-del-capitalismo-global4Sin embargo, la tecnología capitalista ha profundizado más y más la crisis medioambiental del mundo, los productos producidos (cada vez más desechables) requieren de una explotación más intensa de los bienes comunes (mal llamados recursos naturales), hoy cercados por las grandes transnacionales extractivas. Es absurdo creer que este festín que está haciendo el capitalismo del mundo puede durar para siempre y, de hecho, el fenómeno del cambio climático ya representa uno de los límites planetarios al desarrollo capitalista. Finalmente, la promesa de la liberación de la pobreza no se ha cumplido y, de hecho, las fronteras tecnológicas entre países ricos y pobres siguen presentes.

A diferencia de una tecnología que está más interesada por generar riqueza para unos pocos que mejorar las condiciones de vida de la mayoría, los pueblos del mundo han desarrollado desde hace milenios formas sostenibles de producir bienes y dar solución a sus problemas sin destruir el planeta y sin generar desigualdad social. Podríamos decir que el conjunto de estos conocimientos pueden estar englobados bajo la definición de tecnología social.

Tecnología social

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La tecnología social no prioriza el lucro, sino la satisfacción de necesidades. Sus pilares principales son la sustentabilidad, la replicabilidad, la factibilidad y el trabajo colectivo. Dagnino la define como “los productos, técnicas y/o metodologías reaplicables, desarrolladas en la interacción con la comunidad y que representan efectivas soluciones de transformación social«[1].

La tecnología social busca la recuperación de saberes locales, la investigación e innovación (sustentable, respetuosa de la cultura y el medio ambiente) para la solución de problemas concretos en una comunidad. A su vez, el proceso de producción es planificado y realizado con la plena participación de la comunidad y el conocimiento acumulado queda en manos de la misma, para su potencial replicación. Así como la tecnología capitalista tiene un trasfondo ideológico, la tecnología social también tiene uno: el empoderamiento, es decir, la participación política de las comunidades locales, la generación, desde abajo, de herramientas para mejorar la calidad de vida y el fortalecimiento de su capacidad de decidir sobre su propio destino.

En general, la tecnología social implica la intercooperación de investigadores, académicos, comunidades, movimientos sociales y organizaciones de cooperación, donde el objetivo máximo es la socialización del conocimiento y el apoyo mutuo.

 

Un ejemplo de tecnología social: Sistemas de cosecha de agua de lluvia

Cosechar agua de lluvia no es cierto una novedad, la humanidad colecta la lluvia que cae del cielo desde sus orígenes primordiales en todas las culturas y latitudes del planeta. Sin embargo, en Brasil en los últimos 20 años se ha desarrollado una “tecnología social” para la cosecha de agua de lluvia, a través de cisternas familiares que han tenido importantes impactos en todas las regiones semiáridas del país. Esta alternativa se define como tecnología social, en cuanto no sólo es una metodología de construcción de una infraestructura hidráulica, sino también un proceso de movilización y participación social en la solución del problema de la escasez de agua. Esta tecnología ha sido planteada y desarrollada por una articulación de la sociedad civil, un espacio de encuentro de más de 700 asociaciones, iglesias, organizaciones de base e institutos formativos de Brasil: la red Articulación del Semiárido Brasileño (ASA), socio fundamental del proyecto conjuntamente con el Centro de Agricultura Alternativa (CAV). A la fecha, en Brasil, se han construido alrededor de 750.000 cisternas familiares en 11 estados del país y se tiene la meta de alcanzar 1.000.000 de cisternas.

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Todo este conocimiento acumulado, esta tecnología social, ha sido transmitida a Bolivia. La red ASA en colaboración con el Centro de Voluntariado Internacional (CeVI) entablaron durante 2015 los primeros contactos para construir sistemas de captación de agua de lluvia en comunidades cochabambinas. A través de los proyectos Triángulos en el Agua, Yakuta Tantana primera fase y Yakuta Tantana segunda fase, ya se han construido mancomunadamente más de 20 sistemas para acumular el agua de lluvia de forma exitosa.

Proyectos como los citados demuestran que otra manera de pensar la tecnología es posible, alejada del interés capitalista de producción de dinero, alejada de la mezquindad y la privatización del conocimiento y apoyándose en el cooperación, el interés común y comunidad.

[1] DAGNINO, Renato (2004) Tecnología Social. Uma estrategia para o desenvolvimento. CIP, Rio de Janeiro.

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